Mucho me impresionaron aquellas palabras del P. Teilhard de Chardin halladas en sus escritos espirituales después de su muerte. Vivió 74 años. Escribió como propósito espiritual en ese momento: “aceptar limitaciones, aceptar las sombras largas que van cayendo sobre el valle”. Fue una figura de importancia en paleontología, teólogo, poeta.
Sus adversarios le consideraban ingenuamente optimista. Y ante la realidad de pronta muerte su optimismo baja humildemente la cabeza y reconoce que ahora le toca “aceptar”. Con la esperanza de ver realizados sus sueños de elevación de todo el universo para que Jesús lo ponga a los pies del Padre, como escribe S Pablo.
En otro artículo yo aplicaba la frase a esas parejas que ya están pasando los 40 años de convivencia matrimonial. Porque lo duro del matrimonio es estar todo el tiempo con la misma persona. Es momento de manías, olvidos, achaques. Y hablaba de que esa aceptación debe llevar a la pareja a ser más que nunca amigos, que se pelean, se enfufurruñan, pero no se dejan. Pero también es válido el pensamiento para la realidad de una convivencia matrimonial que a veces choca demasiado en sus intereses, diferencias, egoísmos. Entonces… aceptar… sin dejar que la amargura te coma. Aceptar hasta riéndose uno de uno mismo.
Cuando niño yo era muy ágil escapando de mis hermanos que me perseguían. Me metía bajo la cama en un santiamén. Pero un día no pude hacerlo con facilidad: ya mis piernas eran muy largas, no cabía bien… Aceptar, hasta con humor, eso que a mí me parece desacertado, falta de consideración, y en realidad es su forma de actuar como mecánicamente. Aceptar sus ronquidos, su deseo de imponer lo que piensa, que no te deje guiar, porque el que guía bien es él como varón. Aceptar a su familia, cuando me cae mal, pero sabiendo que, para él, o ella, son sus seres amados y apreciados. ¡Y eso, aunque la suegra sea en verdad un petardo!
Nunca conseguiré persona alguna que sea igual a mí en gustos, prioridades, impulsos, vocabulario, tono de voz. Casi diría que las diferencias son incontables… Al marido que se quejaba ‘es que ella es tan diferente a mi’, yo le repetía ‘viva la diferencia’. Qué aburrido sería el mundo si todos tuviésemos la misma cara. Bueno, es como ahora, ¡que con esto de las mascarillas tiene uno que adivinar lo que sucede tras el velo! Un amigo me exclamaba con gracia: “es que a las mujeres no hay que entenderlas, sino amarlas!” Seguro que ellas proclaman esa misma verdad.
Oímos a veces: si el problema tiene solución ¿por qué te preocupas? ¿Y si no tiene solución, por qué te preocupas? ¡Ver las diferencias como una suma, o tratar de ver dónde me aporta valor añadido! Aceptar que su forma de orar, o ir a Dios, no es la misma que la tuya. Hay muchos caminos para ir a Roma, aunque pienses que el tuyo es más corto y menos oneroso. Teilhard lo ve como parte de la existencia human, y el Señor ‘bástale a cada día su afán’. Hay tiempo de reír, y tiempo de llorar; tiempo de sembrar, y tiempo de cosechar. O como el bonito salmo:” al ir iba llorando, llevando la semilla, al volver vuelve cantando trayendo las gavillas”.
En el trato con el Jesús todopoderoso una cumbre espiritual es llegar a decir el ‘Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad… todo es vuestro… Dame tu amor y tu gracia que esta me basta’. Acepto mi defecto, que no se quita, aunque lo confiese mucho, acepto mis ignorancias, aunque me expliquen de nuevo lo mismo. Y no le echo la culpa a Dios por los choques con la esposa, como hizo Adán cuando se excusó: “La mujer que me diste me dio a comer y comí.”