No hay mariposas

Escritos

Lo leí no sé dónde. Me encantó la frase: Sin cambios no hay mariposas. Idea profunda que abre en nosotros esa actitud realista de que lo mejor siempre viene pasando por lo peor. Demóstenes peroraba: ‘Lo peor del pasado es lo mejor para el porvenir’. Es lo que en la fe llamamos el misterio pascual: Cristo es reconocido como el Hijo del Padre, en un sentido ontológico y profundo, al sufrir ignominiosa muerte, pero resucitar gloriosamente de la tumba. “Por la cruz se va a la luz”, rezaba una frase latina durante el tiempo de cuaresma. Los revolucionarios, desde una óptica diferente mas paralela en su contenido: “Para hacer tortilla hay que romper los huevos”. Parece ley de vida, cuando uno reconoce que historia avanza de forma dialéctica: el choque de dos contrarios nos traslada a una nueva realidad.

Es idea para aplicar también a la relación matrimonial. Todos aspiramos a la felicidad. Queremos, sin embargo, que esta venga de forma fácil, como un enamoramiento apasionado en que se percibe llegar al cielo. Pero ni eso es felicidad total, ni tampoco un estado permanente. No podemos ser como el niño que se encantó tanto con la maestra de primer grado que no quiere pasar al segundo. La vida es un río que avanza inexorable hacia el mar y en el camino, a través de tropiezos, cataratas, embalses, va creciendo en su cauce para entrar impetuoso a su meta: confundirse con el mar que buscaba.

Esto es bueno que lo tengan en cuenta sobre todo las parejas que comienzan con romanticismo y celebraciones carnavalescas su vida de casados. Reconocer que se empieza entonces a vivir diferentes etapas. Etapas como las que se viven en el crecimiento como personas: nadie se queda bebé. Sigue pubertad, adolescencia, adultez, vejez, senilidad… Cada etapa con su dolor y su belleza. Estar conscientes de esa realidad ayudará a esas parejas a aprovechar lo que aporta cada una: aprovechar el logro, domesticar sus retos. Por eso hemos repetido en múltiples ocasiones aquello de que “el matrimonio es tarea por hacer”. Como el río. Se crece corriendo. El agua que hoy me baña no es el río que ayer me bañó.

Tener esto en claro ayudará para ver las dificultades, incluso los fracasos en la tarea de ser pareja, como oportunidades para un nuevo paso. Muchas veces he repetido aquello de que las parejas que sufrieron graves deteriores, cuando ambos trabajan la situación en busca de una salida, son parejas que suben al penthouse matrimonial. Crecen y aprenden de veras de qué se trataba cuando afirmaron: en las alegrías y las penas… Serán realistas sabiendo de primera mano que hay maduras, y hay verdes, hay salud y hay enfermedad. Qué triste aquel individuo que, al sufrir su esposa un grave accidente que la dejaba parapléjica fue al hospital a decirle: “fírmame el divorcio que yo no puedo ser tu enfermero”. No sé si esto lo dijo así en realidad, o era la interpretación de lo que se auguraba como su futuro.

En tiempos de guerra, o de pandemias, o de súbita muerte de seres muy amados, el sufrimiento es real. Algunos no pueden superarlo. Pero puede ser el paso a un nivel superior matrimonial. Es cuestión de buscarle el lado bueno. En mi pobreza infantil al guineo ya algo pasado le quitaba lo podrido y me comía el cantito bueno. Siempre aparecía el bueno. San Pablo decía: “para los que aman a Dios todo se les convierte en bien”. Es el rabí de Galilea que, ante el perro podrido en el camino, que todos rehúyen, expresa: ‘Qué blancos y qué limpios tiene los dientes”. Y Jesús en Lucas: “Esto les decía desde el comienzo, que conviene pasar por la muerte para entrar en la gloria”.

Padre Jorge Ambert, S.J.

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